INMERSIÓN DIGESTIVA
Publicado el 02 de noviembre de 2025 | Por J.C. Sobrepere | 69 visitasEl médico me obligó a decir “A”. La operación requería un ayuno previo que había respetado estoicamente. Se colocó la escafandra y observó la entrada de la caverna. Los colmillos se asemejaban a estalactitas amarillentas por el tabaco. Pisó la lengua, provocándome un amargo sabor en las papilas gustativas, y fue adentrándose en mi boca, regulando debidamente la cantidad de oxígeno que recibía de su bombona. Me hizo carraspear al rozar la campanilla, pero siguió avanzando a pesar de mis turbulencias. Ya lo sentía bajar por mi esófago, hasta que noté una leve punción en el píloro.
Cayó sobre la piscina de ácidos burbujeantes, de tonos rosados, mientras orientaba su linterna. Se sumergía en el líquido y observaba maravillado las paredes venosas del estómago. Entonces el recipiente se vació, yendo a parar al intestino grueso, cuyos movimientos peristálticos recomponían su figura, ahora zarandeada sin mucho tino. Las bacterias se veían a todo color ahí abajo, en las sinuosas curvas y recovecos.
El caso es que se acercaba la hora de almorzar y, desatendiendo las prescripciones médicas, decidí salir de la consulta para acabar en un restaurante. Ya la bombona había bajado su nivel de oxígeno, y el médico observaba su reloj, ansioso por retornar a la superficie. Entonces, como un enorme exabrupto, los sedimentos del bolo alimenticio descendieron, cayendo sobre el médico y poniendo a trabajar a la flora que lo rodeaba, que pareció volverse inesperadamente hostil.
Unos retortijones inexcusables y persistentes me obligaron a ir al baño. El dueño del restaurante me observó de reojo; me senté sobre la taza y un gran sentimiento de desahogo me alivió. Fue salir del baño y recuperar mi asiento en la mesa del restaurante cuando mi vista se topó con la figura del médico, que salía del mismo baño, quitándose la escafandra, visiblemente malhumorado.